Hollywood y la economía del romance 

10.10.2025

 

Hay películas que nacen pequeñas y terminan siendo inmortales. En 1990, cuando Pretty Woman llegó a los cines, nadie imaginaba que la historia de amor entre un empresario con estilo, clase y elegancia con una joven cenicienta de saldo y esquina iban a transformar para siempre el cine romántico, la moda, la publicidad y hasta nuestra forma de entender el amor. Con un presupuesto de apenas 14 millones de dólares, recaudó más de 463 millones en todo el mundo, logró un retorno de más del 3.000%, algo rarísimo en Hollywood ya que era treinta veces su inversión inicial. Pero el verdadero fenómeno de Pretty Woman no se mide solo en cifras: se mide en sonrisas, en generaciones que aún se emocionan con su historia, y en cómo una relación improbable se convirtió en símbolo del sueño americano del amor.

Todo comenzó como un proyecto modesto, casi experimental. Garry Marshall, su director, y J.F. Lawton, su guionista, no buscaban solo un romance, sino una fábula sobre la redención y la dignidad humana. Julia Roberts con un salario de 300.000 dólares, era entonces una actriz emergente, luminosa pero sin la fama que la convertiría en icono. Richard Gere, más experimentado, aportaba una elegancia madura que equilibraba la energía juvenil de su compañera. Los 14 millones de presupuesto se estiraron hasta el límite: localizaciones reales en Beverly Hills, cenas en hoteles de lujo, un vestuario impecable y dos intérpretes que, sin saberlo, marcarían una época. El resultado fue una película que no solo triunfó en taquilla, sino que redefinió la comedia romántica y cambió el rumbo de sus protagonistas.

Uno de los momentos más recordados es aquel en el que Edward Lewis, interpretado por Richard Gere, conduce un coche deportivo plateado por las calles de Los Ángeles. Detrás de esa escena se esconde una curiosa historia de marketing involuntario. Los productores habían solicitado la colaboración de Ferrari y Porsche, pero ambas marcas rechazaron aparecer en la película: temían asociar su imagen al lujo superficial o al mundo de la prostitución. Entonces, una pequeña firma británica, Lotus Cars, dijo sí. Prestó un Lotus Esprit SE de 1989 y, sin proponérselo, entró en la historia del cine. Tras el estreno, las ventas del Esprit se triplicaron en Estados Unidos. El coche que nadie quería mostrar se convirtió en símbolo de elegancia y deseo. Así como Pretty Woman dio fama a sus protagonistas, también elevó a una marca que encarnaba su propio mensaje: la oportunidad de brillar cuando nadie cree en ti.

El poder de la moda también fue esencial en este fenómeno. La imagen de Richard Gere fue calculada al milímetro. Sus trajes, en su mayoría firmados por Giorgio Armani, definieron una nueva masculinidad: elegante, segura, serena. Las corbatas de Hermès, los relojes discretos, los cortes perfectos, todo componía la figura aspiracional del hombre moderno. Julia Roberts, en cambio, protagonizó una de las transformaciones más icónicas del cine: su paso de la calle a Rodeo Drive, su vestido rojo, su sonrisa luminosa. Su metamorfosis simbolizaba la posibilidad del renacimiento, la promesa de que la elegancia puede aprenderse y la autenticidad puede ser recompensada. Incluso marcas secundarias, como Coca-Cola Light, se beneficiaron de la fiebre Pretty Woman: su presencia en pantalla, aunque no confirmada como publicidad formal, reforzaba la sensación de modernidad y ligereza que definía a los noventa.

Y quizá no haya símbolo más perfecto de esa mezcla entre lujo y emoción que el célebre collar que Vivian luce en la escena del vestido rojo. Diseñado por la joyería francesa Fred, estaba compuesto por 23 rubíes en forma de pera rodeados de diamantes, con un valor de unos 250.000 dólares en 1990. Hoy, esa pieza está tasada en más de 1,35 millones de dólares, y sigue custodiada como una reliquia del cine. Durante el rodaje, un guardia de seguridad la vigiló de cerca, y la famosa carcajada de Julia Roberts al recibir el collar —cuando Gere cierra la caja en broma— fue una reacción genuina. Ese instante espontáneo, brillante y humano, resume el espíritu de Pretty Woman: una joya de ficción que, como su protagonista, brilló más allá de cualquier precio. 

Pocas películas han alcanzado una rentabilidad semejante, y casi ninguna en el género romántico. Solo experimentos de terror de bajo presupuesto, como The Blair Witch Project o Paranormal Activity, han logrado multiplicadores mayores. Pero Pretty Woman fue otra cosa: un fenómeno de lujo accesible. No era cine barato ni marginal, sino una historia sencilla envuelta en glamour, capaz de hablarle a todos los públicos. Hoy día, su magia sigue intacta. Cada reposición televisiva continúa liderando audiencias en España y Hispanoamérica, y su presencia en plataformas digitales confirma que la historia de Edward y Vivian no envejece.

Más allá del dinero y la moda, la película dejó una huella emocional profunda. En una época dominada por el consumismo, ofreció un mensaje de humanidad: el amor como redención, la empatía como puente entre mundos opuestos. Fue la historia de una mujer que, pese a las etiquetas, se descubre merecedora de algo mejor, y de un hombre que aprende que la riqueza no siempre compra la felicidad. Esa mezcla de cuento de hadas moderno y crítica social explica por qué sigue viva. Es romántica sin caer en lo cursi, divertida sin ser trivial, elegante sin ser pretenciosa. Cada elemento —el Lotus bajo las luces de Los Ángeles, el vestido rojo, la sonrisa de Julia Roberts, la música de Roy Orbison— forma parte de una memoria colectiva que une generaciones.

Hoy, Pretty Woman sigue siendo un puente entre el pasado y el presente. Las nuevas generaciones la redescubren como una cápsula de los noventa, un reflejo de una época en la que los sueños aún parecían posibles. Los mayores la revisitan con ternura, recordando la primera vez que creyeron que un cuento de hadas podía ocurrir en Rodeo Drive. Y es que, más allá del lujo, los vestidos o los coches, Pretty Woman sigue recordándonos algo esencial: que el amor, cuando se atreve a mirar más allá de las apariencias, puede cambiarlo todo.


Gracias Mamá porque educarme con estas películas.

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